Los medios han difundido con especial énfasis una frase que le atribuyen a Diosdado Cabello en una reunión del PSUV: “Si Chávez pierde en el 2012 se acaba la revolución”. Días antes, ante una pregunta que por malintencionada no deja de ser ingenua, la nunca bien ponderada Lina Ron afirmó: “Habrá sangre y plomo”. Ambas frases serían lapidarias si estuviéramos en el contexto de la Guerra a Muerte, en el año 1814. Estoy convencido de que necesariamente la revolución no tiene por qué sucumbir si Chávez es derrotado en los comicios de 2012. ¿Por qué? Salvo que la revolución sea Chávez, si pierde esas elecciones tendrá que irse con su música a otra parte y los revolucionarios independientemente que hayamos comulgado o no con su Gobierno, tendremos que ir pensando en las catacumbas, o en el exilio. Pero no, Chávez no es la revolución y si lo piensa está equivocado. He allí el primer error de este proceso, ese de no poder prescindir del Mesías para continuar hacia adelante. Sí Chávez es la revolución, a dónde carajo está el pueblo. El proceso se volvería nada si la revolución es eso que venden los infiltrados de la comunicación oficial, esos que como Pedro por su casa han hecho de los medios de comunicación del pueblo un rancho adonde se impone la promiscuidad ideológica. Esa no es la revolución. No creo tampoco, como dice Lina, que al día siguiente habrá plomo y sangre, porque si así ocurriese entonces veremos a los disfrazados de radicales pasándose para el bando contrario, persiguiendo no sólo a Lina, sino a todos nosotros, quienes hemos estado firmes en la trinchera oponiéndonos a quienes han tomado por asalto los medios del Gobierno para hacerle solapadamente propaganda a los enemigos del pueblo. Veríamos a los soplones ahora camuflados de radicales ir casa por casa matando a los revolucionarios. Afortunadamente, en un marco dialéctico estimo que si Chávez pierde será tan sólo un episodio más en esta contemporánea lucha revolucionaria, esa donde la vanguardia proletaria requiere de una redefinición para que deje de ser una entelequia en la conducción del Gobierno revolucionario. Si Chávez pierde no hay mal que por bien no venga y puede que le sirva de experiencia personal para enmendar los errores y le ayude a desprenderse sinceramente del endiosamiento en cuyo desarrollo tiene responsabilidad. Empezar de nuevo dejando de lado los vicios de la vieja sociedad. No confundiendo la autocrítica con el “examen de conciencia” de la era estalinista. Hay derrotas que pueden convertirse en victorias y un resbalón en diciembre de 2012, bien asimilado por los revolucionarios, puede ser un golpe demoledor a la tentación arbitraria. Por encima de todo, en nuestra utopía la capitulación propuesta por Sucre a sus vencidos en Ayacucho es la muestra fehaciente de lo que un hombre no mezquino debe asumir como modo de vida. Si Chávez pierde será tan sólo un tropezón en el corolario de un largo proceso de aciertos y desaciertos, adonde a estos últimos se pretende sumárselos a los primeros, como logros. No pretendo ser pájaro de mal agüero pero, decir que el Gobierno va como barco viento en popa es querer ocultar el sol con un dedo. La retórica no todo lo puede porque termina convirtiéndose en la espada de la intemperancia. América Latina tiene una larga historia y gobernantes con posgrados en ese aspecto, la arrogancia ha sido el común denominador para no aceptar la realidad. ¿Si Chávez pierde?, no ocurrirá holocausto ni diluvio alguno. Habrá que echar mano del Plan B, que no es otro que volver al seno del pueblo, deslastrados de populismo. ¿Si Chávez pierde?, que estén tranquilos Diosdado y Lina que Chávez no es el coronel Aureliano Buendía, aquel que apostó todo a un gallo sin plantearse la posibilidad de una derrota. Echo el cuento: Cuando su mujer se enteró de que hasta su casa estaba en juego le preguntó: –¿No se te ha ocurrido que el gallo puede perder? ─Es un gallo que no puede perder. ─Pero suponte que pierda. ─Todavía faltan cuarenta y cinco días para empezar a pensar en eso ─dijo el coronel. La mujer se desesperó. ─Y mientras tanto qué comemos -preguntó, y agarró al coronel por el cuello de la franela. Lo sacudió con energía. ─Dime, qué comemos. El coronel necesitó setenta y cinco años, los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto, para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder: Mierda.
Fuente: http://tinyurl.com/49khhc9
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